miércoles, 19 de agosto de 2009

Los Clásicos

Aunque es claro que para toda regla hay excepciones y que la idea generalizada no resulta precisamente certera, el alma de un hombre argentino es interesante de caracterizar con aspectos comunes, pero al mismo tiempo requiere de una distinción en dos grandes grupos.
Partiendo del punto de que el argentino es un ser híbrido, resultante de la conjunción de diversas culturas en un tono similares y a su vez opuestas, se trata de un ente humano peculiar y de características heterogéneas. Su modo vivaz de pensar le brinda una astuta capacidad para enfrentar cualquier situación y convertirla en un tanto a su favor, escapando del foco conflictivo y pasando a ocupar el trono de la víctima. Al mismo tiempo, por la inestable empresa en la que vive, resulta hábil para la adaptación a cualquier nuevo horizonte y el encuentro de la “beta” para seguir adelante hacia su supuesto éxito. Forzosamente obligado a enfrentar un contexto en el que las reglas de juego cambian constantemente, el argentino es un hombre que perdió la actitud emprendedora puesto que todos sus proyectos a su futuro, se veían desmoronados por el brusco cambio de dirección de la realidad. Estas y más cuestiones luego nombradas, hacen al argentino un hombre poco modesto, altanero y creedor de ser capaz de “llevarse el mundo por delante”. Aunque en muchos casos esto podría ser un empujón hacia la meta de la superación y la realización, tiende a hacer de este particular latinoamericano un sujeto a veces molesto y un tanto descarrilado ética y moralmente.
Aún hablando en cuanto a aspectos comunes, el argentino desarrolló a lo largo de su historia un estilo pocas veces elegante de persuasión que le permite virar toda oportunidad hacia su propio beneficio que resulta generalmente deshonesto. Su fuerte actitud competitiva nubla su andar ético, y lo desvía por senderos que, aunque llevan al podio del triunfo económico o el reconocimiento social, están apedreados de decisiones inmorales y desalmadas que ignoran el bienestar de quienes conviven a su alrededor. Y cuando logra alcanzar dicha victoria, ningún pensamiento más que el sueño egoísta consigue ocupar su mente dispuesta a crear cualquier proyecto que no incluya más que a si mismo y, con suerte, a su familia. Es “tacaño” en grandes potencias pero al mismo tiempo es capaz de despilfarrar todo lo alcanzado, pocas veces honestamente, en variados vicios como son el juego, las apuestas y las adicciones que, él dice, “no puede controlar”.
Considerado a sí mismo “guapo” y “canchero”, no duda en hacer de cualquier episodio una burla que perdura hasta ser desplazada por una nueva que lo hace ascender al liderazgo de la astucia. Constantemente comparándose con sus pares, vive cotidianamente condicionado por la marcha del entorno que lo lleva muchas veces a tomar las decisiones técnicamente más acertadas, pero humanamente más pobres.
¿Pero cómo no utilizar estas estrategias si el pobre debe enfrentarse a un mundo duro y cruel? ¿Cómo actuar de manera correcta si la vida se lo prohíbe? Esto piensa el argentino, esto se propone de excusa para emprender los más misteriosos movimientos que hacen de una ruina, su victoria. Y aquí nos encontramos frente al primer grupo, el del típico “chanta” argentino. Este hombre, cómodo y afiliado a la “ley del menor esfuerzo”, es a su vez el único capaz de utilizar la desgracia ajena para su presumido progreso. Con apenas un poco de trabajo, vive de lo que consigue resultándole suficiente puesto que desde un comienzo no tuvo nada que perder, y suele aprovecharse de quienes menos se merecen ser sobrepasados ingratamente. Generalmente pesimista, el “chanta” es un hombre que, viéndose parado sobre el límite entre la supervivencia y el dulce lujo, suele cargar su alma con un fuerte resentimiento que lo lleva a automarginarse y sentirse discriminado sin ninguna razón. Así, por ejemplo, suele atacar sin ser atacado y agredir sin ser agredido; busca la forma de mostrarse superior a los demás, aún cuando no necesita destacarse y planea un modo de escapar sin tener siquiera de quién esconderse.
Planteando un paralelismo, se encuentra el grupo del argentino “laburador”. Hombre honesto y dedicado, vive bajo un techo por él mismo construido y se esfuerza sin encontrar límite para conseguir lo que se propone. Siendo el pilar de la familia, sobrevive con la fuerza de sus pulmones y crea sus propias situaciones de éxito personal. Con actitud optimista y alegre frente al recuerdo de los nuevos pasos dados, este clásico argentino suele inspirar motivación para aquellos que creen que no existe otra solución que la resignación. Pero volviendo la vista atrás y observando sus progresos, el “laburador” se convierte algunas veces en un ser un tanto soberbio y asquerosamente presumido. Tan seguro de sí mismo que uno lo cree irreal, este tipo argentino ser torna tan vanidoso que todo su esfuerzo trabajado se opaca con su actitud competitiva y extremadamente orgullosa.
Un ejemplo clásico de este tipo de comportamiento, sería el de aquel argentino que viaja por la ruta queriendo ser incondicionalmente el “primero” aún conociendo que esto es imposible; otro sería el que se presenta cuando dos hombres de esta clase se enfrentan en un juego deportivo y, olvidando el propósito de entretenimiento y distensión pretenden únicamente crear el más perfecto plan para obtener la más lujosa y comentada victoria. Es tradicional entonces escuchar a los hombre del partido político vencido comentar orgullosamente acerca de los pocos votos que le faltaron para alcanzar el primer lugar, olvidando nombrar la mínima aceptación que su política tiene en el pueblo.
Son estos dos argentinos los que conviven en un escenario de permanentes turbulencias y cambios de dirección que los obligan a buscar la salida más próxima para evitar soportar el derrumbe sobre sus cabezas. Cada uno tirando de la soga hacia su lado, llevan adelante una sociedad que pocas veces se encuentra equilibrada en un punto central que permita el bienestar general. Por eso, resulta indispensable que aquellos que conforman la excepción, pasen a ocupar el lugar de la regla. Que aquellos argentinos que lograron encontrar la combinación perfecta entre humanidad y supervivencia caractericen la bandera nacional y sean el molde de inspiración y motivación de los demás que, por supuesto, nunca están lejos de revertir su psicología.

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