jueves, 10 de julio de 2008

Lázaro. Monólogo.

Fue así que, una vez, siendo ya buen mozuelo, iba caminando por las calles del pueblo al que mis andanzas me habían llevado cuando reconocí, desde lejos, a mi viejo y primer amo, el ciego, del que tantos recuerdos tengo.

“¡Vaya! Míralo allí, andando sin ver pero caminando cómodamente como si sus ojos viesen más que los de cualquiera de nosotros. ¿Será a causa de su astucia? ¿O tan sólo de su sagacidad? Sea lo que fuere, su semblante da muestras de sabiduría por lo pasado, de desconfianza por lo que vendrá, e incluso de sufrimiento por todo lo vivido… Más no del mismo que me hizo pasar a mí cuando, de pequeño, me tuvo a su cargo y, con ello, me sacó de los ingenuos placeres de la infancia para convertirme en alguien capaz de desarrollar el instinto de supervivencia de un hombre ya adulto hasta su grado máximo. Y eso es algo que hizo que lo odiase y le agradeciese al mismo tiempo, pues, ¿cómo habría hecho, entonces, con el mezquino del clérigo para sobrevivir, o con el bueno pero inservible del escudero, si el primero de mis amos no me hubiese dado de alguna manera la vida, alumbrándome y adiestrándome en la carrera del vivir? Es innegable que, gracias a la astucia demostrada por el ciego (y que más adelante intenté imitar), me fue posible hacer lo necesario para subsistir y no dejarme morir como los débiles de espíritu. Pues, a pesar de no conseguir a través de medios nobles lo que en momentos me era indispensable, no puede dudarse en que la lucidez y viveza de mente siempre estuvieron presentes en cada una de mis acciones para seguir estando en este mundo y no irme, finalmente, al de los muertos.
Aún así, no siento lástima por él como la sentí por el escudero, pues fue avariento y se encargó de maltratarme y matarme de hambre. Por ello, no me arrepiento de las burlas que le hice, ni de haberle quitado el pan, ni de haberle tomado el vino, ni de haberlo llevado por los peores caminos, pues él jamás me trató como debería haberlo hecho, siendo yo apenas un niño. De todos modos, debo admitir que era increíble como, a pesar de jurar yo hacerlo sin malicia, el amo ciego no me creía, pues así era el sentido y grandísimo entendimiento de aquel que me despertó a la maldad del mundo. Sin embargo, su mezquindad para alimentarme en nada se compara con la del clérigo. No lo mismo puedo decir del escudero, pues a pesar de lo patético, bien me trataba, y es cierto que nada podía darme, pues nada era lo que tenía.
En cuanto a los otros, ¿qué puedo de ellos decir, cuando siento que sólo fueron los tres primeros los que me marcaron de por vida? ¡El fraile! ¿Qué decir de él, salvo que nunca caminé tanto tiempo con alguien que lo hiciera con tanto entusiasmo? O el buldero, el estafador del buldero… Ése sí que se las ingeniaba para que le tomasen las bulas, cualquiera fuera el lugar donde las presentase. Fue recién después, podría decirse, que comencé a caminar sobre el principio del camino hacia la buena vida, cuando me asenté con el capellán. Y así empecé a ver que estaba en condiciones de elegir algo mejor que hacer. Entonces lo dejé, y acompañé a un alguacil, aunque poco estuve con él, pues peligroso era que me viesen al lado de un hombre de justicia.
Y aquí estoy hoy, siendo un pregonero. No será un oficio muy noble, pero sí proporciona buen dinero. Es ahora que puedo comer debidamente, así como debería haberme alimentado éste que se detiene en la esquina, mirando alrededor, como si mis ojos fijos en él lo atrajeran, como si de repente sintiera que alguien a quien hace años que no ve lo hubiese reconocido. Qué más da, seguiré de largo, como si no lo hubiese visto, pues nada agradable tengo para decirle, más que gracias a él puedo sentir que bien merecida tengo mi vida actual, pues los que no fueron jamás desventurados, no son dignos de su felicidad.”

Y así, pasando por al lado del ciego y haciendo caso omiso a esos ojos blancos que me observaban, sonreí y, tras haber recordado los inestables años vividos, no pude evitar pensar que resulta increíble cómo sabe la vida sacar de las mayores adversidades nuestros mejores y mayores provechos.


Texto de María Teresita Arrouzet. Gracias Tere, sabés que me encantó.
Disfrútenlo.

Saluuutess...

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